miércoles, 11 de agosto de 2010

Anfitrión

Cayo en el retrato que envié para el reportaje.

Ayer el trabajo me llevó a Mendavia. Tenía que hacer fotos en una conservera y me esperaban a eso de las 10 de la mañana. Había quedado con un hombre con nombre de emperador romano, de persona de linaje y abolengo, con un tal Cayo Martínez. Es el dueño de la conservera y es de la tercera generación de su familia dedicada al envasado de productos de la tierra.


Como la fábrica en si no funciona hasta que empieza la temporada a mediados de septiembre, decidimos ir a sacar a los peones que contrata todos los años, temporeros que llegan desde Andalucía y se quedan 6 meses por estas tierras. Como los pillamos almorzando, para hacer tiempo le pregunté a mi Anfitrión si por aquellas tierras la gente ponía espantapájaros en las huertas. -Pues claro, fue si respuesta, -vamos a dar una vuelta por la orilla del Ebro, que seguro que hay alguno.

No vimos ni un solo bichejo y estaba asombrado porque antes se ponían en todos los lugares. Volvimos y pude hacer algunas fotos de la siembra de la alcachofa para incluirlas en el reportaje.

Antes de volver a la fábrica para ir al laboratorio y como insistía en que haberlos haylos, me dio otra gran vuelta por todo el regadío de Mendavia. Volvimos sin espantapájaros pero con una buena visión de lo que es la agricultura en su pueblo. Después en el laboratorio me sorprendió que midiesen el tamaño de los pimientos con un calibre, instrumento que utilicé cuando iba a pasar el rato al instituto en la rama de automoción.

Para acabar me obsequió dos cajas como esta de productos de su empresa, ricos y ecológicos. Era un premio que no me esperaba y por supuesto (y que viva el trueque) me ofrecí a mandarle las fotos que tomé. El día había salido bien. Tenía mi reportaje y me iba con productos para poder llenar la despensa.

Y todavía hay más. Antes de irme y mas picado que los toricos de Macua, me llevo a dar una vuelta, el último intento. Por sus cojones que había que llevarse fotografiado un espantapájaros y lo consiguió. Y no fue uno sino dos. El primero lo vi yo, el segundo más difícil de ver, lo descubrió él. En fin, un magnífico anfitrión.

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